Toros, músicos, desnudos, arquitectura religiosa y la reinterpretación de pinturas clásicas de El Greco, El Bosco, Diego de Velázquez y Rembrandt son algunos de los giros pictóricos que aborda el artista visual Javier Vázquez Estupiñán, mejor conocido como Jazzamoart, en su libro Viaje al fondo de la pintura que se presentará mañana en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, donde es posible asomarse a una parte de su universo creativo.
El volumen, publicado por La Cabra Ediciones, compendia el último lustro de su producción artística, con textos de Carlos Blas Galindo, Erik Castillo, Francisco Moreno, Sheila Cohen y Blanca González, quienes exploran y reflexionan distintos ángulos de la cartografía pictórica de Jazzamoart.
El libro es una sorpresa: es como cuando haces cerámica o grabado y ves el primer resultado del trabajo. En este caso es un libro creado con apoyo del fotógrafo Rogelio Cuéllar, la editora María Luisa Passarge y Jazzamoart hijo, nada fácil en estos tiempos, no sólo por la invasión de las máquinas, sino porque pareciera que cada vez menos interesa el libro, dice el artista a Excélsior.
¿Es un viaje de memoria de su producción? Sí. Ante todo, es el testimonio de un momento de vida o de varios de una trayectoria y de un pequeño panorama de mi trabajo reciente.
Una de las piezas que abre este volumen de gran formato se titula Historia primaria de la pintura y podría ser visto como el Big Bang de su creación. Es una especie de resumen de mi trabajo; diría que es una especie de epílogo, pero eso suena triste, así que es como un autorretrato en breve que nos dice que siempre estamos en una vida primaria (de aprendizaje).
También habla de la iniciación y de la trayectoria del brochazo que significa, para mí, la pintura total, tratando de abordar la historia del arte en un brochazo, más o menos eso quiero decir con esta serie, porque hay el tratamiento de los colores primarios, de la pincelada y del estudio de la historia de la pintura cuando menos desde el Renacimiento hasta nuestros días, abunda.
¿Por qué su interés por reinterpretar obras clásicas? Desde que era estudiante siempre sentí un poco esa necesidad, aunque había también un poco de inmadurez y entonces a veces uno los soslayaba como pensando en que lo importante sólo es Picasso, Van Gogh, la modernidad y que los clásicos son aburridos.
Pero luego maduras y sabes que estás en un error, y piensas en estudiar esos clásicos para conocer, nutrirte y tener una idea de la ruta trazada por nuestros ancestros y maestros indirectos. Entonces viene la parte lúdica de jugar con ellos, asegura.
Eso no implica que el artista pueda estar a la altura de los clásicos, advierte, pero ya puedes hablarle de tú a los cuadros, porque cuando menos en el aspecto del oficio ya sabes de qué se trata el juego, dejando de lado su genialidad o tu posible atisbo de acierto.
(Y esa intervención) simplemente se convierte en un juego divertido en el espacio y en el tiempo, donde piensas a la manera de (algún artista clásico) y luego a tu manera y entonces el resultado se vuelve un cóctel o un Frankenstein con conocimiento de causa. En ocasiones, el resultado puede ser sorprendente y hasta puedo imaginar los diálogos, porque entre sueños y propuestas teóricas me pregunto ¿qué pasaría si llegara Goya, Velázquez o cualquiera de mis admirados y le enseñara lo que hago en torno a su trabajo?, reflexiona.
¿Por qué sus versiones de Las meninas no son contemplativas? Porque quiero que sean vivas. La contemplación es importante y, desde luego, los cánones estéticos de cada tiempo nos marcan. En ese caso es una pintura que te invita a una contemplación más pasiva, dubitativa, pero en mi caso está el reventón, la fiesta y la juerga moviéndose a todos. Quiero que vivan esos personajes que alguna vez estos genios retrataron de una manera tranquila.
Por último, Jazzamoart habla de su pasión por los toros, los amigos, las cantinas y explica por qué en esta ocasión le interesó explorar el misticismo de los retablos religiosos, asociados a su infancia, aunque la religión siempre le despertó un gran bostezo.
Un viaje de memoria
El volumen, publicado por La Cabra Ediciones, fue editado por María Luisa Passarge y tiene fotos de Rogelio Cuéllar.
Los textos fueron realizados por Carlos Blas Galindo, Erik Castillo, Francisco Moreno y Sheila Cohen.